lunes, 16 de enero de 2012

Cuántica posmoderna.


Me han dicho en días anteriores que la mejor manera de iniciar la escritura, es dejar que la pluma fluya en espasmos cuánticos e involuntarios...

...he dado ya el primer paso, y me pregunto ahora: ¿qué es lo que voy a escribir? ¿qué tema voy a tocar hoy y por qué lo quiero tratar? Mientras contemplo y me pongo de acuerdo conmigo mismo, acomodo mis ideas, afino mi vista y aguzo mis oídos al estridente tráfico de Tlalpan y Churubusco, pienso en las posibilidades que la escritura me brinda y mientras esto ocurre, nuevas preguntas fugaces se incrustan como flechas entre mis cejas: ¿realmente necesita la expresión artística de un por qué? ¿no es acaso la época posmoderna la antesala del quebrantamiento de los límites, de la revolución de los paradigmas y de los clichés? ¿cuánto tiempo pasará antes de que la profundidad simbólica de la expresión vuelva a su canal de transmisión de mensajes de inmesurada profundidad? ¿o será que utilizar la agudeza humana para reconocer y analizar los sentimientos y plasmarlos en un papel, en un escenario o en un lienzo, ha perdido el sentido y carece de una orientación adecuada? ¿dónde ha quedado la síntesis, ha sido acaso sustituida por un amplio espectro de banalidad indiscriminada?

La realidad es que la raza humana ha alcanzado un punto de anclaje globalizado, en donde la expresión se ha convertido en una mina de entretenimiento, en una masificación desmedida de los egos que carece de fundamento. Durante el cambio y la flexión de las hojas en donde está escrita la historia de nuestros egos elevados, la trabsformación del arte ha sido presa del arrastre humano, y el imaginario, lentamente, se ha desplomado ante nuestros ojos. Referente a lo anterior, y de frente a nosotros, se encuentra  el vil acontecimiento de la producción en masa del arte mismo, que indefenso, se haya varado en un pasillo estrecho e infinito que carece de dirección y de argumento. La energía insuflada deliberadamente a nivel monetario y burocrático en la tarea de masificación del arte, se ha convertido en una odisea de entrañas malignas que carcome día con día su espíritu, dejando a un lado su objetivo fundamental como herramienta de progreso y lo ha convertido así en una víctima más de las injusticias capitales y occidentalizadas de nuestra época. Mencionado esto me atañen preguntas importantes: ¿para qué escribir entonces? ¿tiene caso alguno intentar expresarme, cuando deliberadamente sé que mi falta de voz nunca será escuchada? ¿para qué escribir cuando el objetivo primordial de la expresión se encuentra nadando en medio de un océano turbio, plagado de feroces bestias que acechan para coartarlo y hundirlo en muerte hasta el oscuro profundo?

Encontrar una respuesta a estas preguntas que van de la mano con la problemática social de la actualidad, aparenta ser una tarea interminable y llena de espacios vacíos por los que la información se filtra día con día, minuto a minuto. Una manera inteligente -tal vez- sería observar y analizar concienzudamente los discursos y los por qués de algunos de los grandes escritores que se han dedicado a obsequiarnos textos de un importante valor simbólico y social con el paso de los tiempos; textos que han cambiado el rumbo de las cosas, que han movido masas y que han mordido ampliamente a la gigantesca mano que los alimenta. Es evidente que estos escritores tenían una idea muy clara con respecto al “para qué” de su escritura; la razón por la que sus plumas se dejaban arrastrar por su imaginación, el sentido en el que su raciocinio era empujado hasta su máxima expresión, llevándonos entre los misteriosos laberintos del autoconocimiento a través de sus palabras. Mi veredicto es que la medida en la que somos humanos, es una gruesa línea que se dibuja entre el mundo real y lo que está allá afuera: la imaginación, las hipótesis universales, las ciencias, el conocimiento, la razón, la persecución de lo desconocido, y sobre todo, la imagen poética, esa que endulza nuestras vidas con sus fantasmas mientras interrumpimos nuestro incorruptible estado de realidad. Todas esas ramas del sentir humano, forman parte de la gran caja de herramientas que se nos ha sido otorgada para lograr nuestra expresión, nuestra propia comunicación. Necesitamos hacer uso correcto de estas capacidades; debemos preguntarnos, ser curiosos, tendríamos que optar por el camino por el que nos conduzca el viento de nuestro aliento vital, y no dejarlo morir entre la morcilla de nuestra necedad. Deberíamos buscar conocer el lugar que ocupamos en el universo.

Pienso que la razón cósmica de la escritura, radica en la inexistencia de la telepatía: al pensar, estoy sintiendo y al sentir, puedo saber que estoy vivo y que soy consciente de estarlo. Para mí la escritura es la manera más elevada y complicada de la comunicación; llena de rincones que explorar en el nivel cuántico de la psique, las posibilidades son infinitas, situación que las presenta a nuestras manos como una gama de colores, texturas y sabores que nos plantan en un punto de autocomprensión, aquel que redunda en lo universal, volviéndonos capaces de observar la paleta de colores de la inmesidad. Hablar de la infinidad de las posibilidades, me lleva a pensar en el objetivo del artista. Todo artista está determinado a comunicar mensajes; la importancia de los mismos radica -nada más- en el subjetivismo: ningún mensaje carece de importancia ante otro, todo mensaje es equivalente, equidistante. El común denominador entre los artistas es -desde mi punto de vista- la capacidad de creación, las ganas de comunicar lo que se siente, lo que se piensa. Determinado el momento (inciciáticamente), el artista elige un tema, un valor humano, una vieja calamidad, un punto meramente personal que es transmitido a través de ideas que pretenden fungir como portadoras de información. La información fluye a través de las redes de la conciencia y nos envuelve en la divinidad de la creación para hacernos reflexionar.

Rodolfo García Portillo. 

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